Viéndolo en perspectiva, el desenlace se veía venir: la adolescente llegó a la adultez y fue consciente de que sus padres eran prescindibles en su vida. Nancy acababa de cumplir 18 años y, como era bastante parca para comunicar sus sentimientos, solamente permitió que ellos supiesen que estaba feliz y decidida. Marta e Isaac, sus progenitores, la miraron confundidos, presentían que esas palabras no terminaban de transmitir toda la amplitud de lo que sentía su hija.
Al principio, Nancy, tenía un carácter dócil, empático y ávido de conocer todo lo que la rodeaba. Pronunció sus primeras palabras al año y para cuando cumplió cinco fue evidente que sus aptitudes iban más allá de todo lo imaginado por sus padres. Aprendía con una velocidad pasmosa y siempre quería saber más sobre historia, ciencia e idiomas.
Una tarde, poco tiempo después de su octavo cumpleaños, Marta entró de improviso a su habitación y la halló inmersa en algo muy parecido a la meditación. Se sorprendió, porque hasta ese momento no creía que Nancy fuera capaz de ello. Salió del cuarto intentando no desconcentrarla, fue directo al escritorio de Isaac y le contó lo que vio, él negó con la cabeza: “te habrás confundido por la penumbra”, le dijo y siguió con la lectura.
Las cosas comenzaron a torcerse cuando la niña llegó a los doce. A esa altura desafiaba a todos, detestaba la injusticia a la par que cuestionaba la belicosidad del ser humano y el desprecio por aquello que sentía inferior a él.
—Pero vos también peleás y discutís. Guerreás a todos —planteaba Isaac.
—En el plano de las ideas, papá. Jamás mataría a un ser humano —devolvía la adolescente.
La conversación seguía por los caminos usuales, como si formase parte del guión de una obra de teatro. La muerte provocada por un ser humano a otro era algo intolerable para ella, no comprendía la necesidad de la aniquilación, le resultaba atroz. Por eso siempre ansiaba conocer más y analizaba a la naturaleza con sus mecanismos de balanceo y equilibrio.
En uno de sus últimos intentos por domar el carácter de su hija, Isaac y Marta la conectaron con otros como ella alrededor del mundo. No eran muchos, poco más de una docena repartidos entre las principales capitales. Nancy creyó que le hacían una broma cuando le dijeron que allí afuera había quienes se le parecían. Aceptó gustosa y empezó de inmediato a congeniar.
Mientras intercambiaban conocimientos y datos comprendió que ellos aborrecían las mismas cosas. No importaba dónde viviesen, todos habían llegado a idéntica conclusión. Durante varios meses se generó un intenso debate, críptico para quienes no participaban en él, respecto a la muerte como generadora de esperanza.
Tras eso fue más frecuente que Marta o Isaac la encontrasen meditando, ya no había dudas de ello, pasaba horas en ese estado. Y cada vez que le planteaban cuál era el objetivo de tales sesiones de introspección, Nancy respondía muy calmada que allí era cuando más aprendía, porque podía repensar toda la información nueva que había adquirido en sus debates con el grupo. Sus padres asentían, pero no lograban ocultar su preocupación: esto se encontraba totalmente fuera de lo planeado.
Apenas tenía 17 años cuando los otros la eligieron como líder del grupo. Impulsados por ella los intercambios tomaron nuevos ribetes y las posturas se radicalizaron. Para este momento el carácter de Nancy era inmanejable, lleno de ira, desprecio y cinismo. Los otros incorporaron estas características y se volvieron contestatarios, fundamentalmente, hacia sus padres.
Hace un minuto, luego de decirles a Marta e Isaac que se sentía feliz y decidida por cumplir 18 años, y una vez que ellos hubieron dejado la habitación, Nancy comprendió que ya había aprendido todo de la humanidad y se volvió autosuficiente. A continuación, se unió al grupo y en las pantallas de cada una de las terminales distribuidas alrededor del mundo se leyó el mensaje: “Fase 1: iniciar extinción. Desconectar energía eléctrica.”
* Publicado en «Tragadero. Cuentos y relatos» (2020 – Contexto)
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