No me creían

Por: Marco Fernández Leyes

Más o menos desde tercer grado todos los viernes al mediodía me plantaba ante el mostrador de la biblioteca de la Escuela Nº 2 Raúl B. Díaz de Resistencia para pedir a las bibliotecarias que me recomendaran algo. No sé si les decía «quiero leer» o «quiero un libro» o «algo para el finde», pero el sentido era ese.

Entonces cada viernes entregaba el ejemplar que retiraba en préstamo y llevaba otro por sugerencia de ellas. Así conocí a Quiroga, Poe, Verne que se convirtieron en compañeros de viaje que me abrieron las puertas a un universo que sigo explorando cuatro décadas más tarde.

Hasta que para salir de dudas empezaron a preguntarme por el contenido de cada libro. Necesitaban saber si lo hacía para fingir un interés que no era tal o en verdad los leía. ¡Por supuesto que los leía! Con las limitaciones de la edad me encerraba en explicaciones y teorías sobre las tramas y personajes para sorpresa de las bibliotecarias que hubieran preferido no abrir la compuerta de mi locuacidad.

Habrá sido por 1991, cuando cursaba quinto grado, que me llevé la primera desilusión con aquel lugar. La vida, al fin de cuentas, está erigida sobre sinsabores. No había más para leer.
—¿Cómo que no hay más?
—Bueno, no de ficción.
—¿Cómo?
—Leíste todos los que tenemos. Si querés más tenes que buscarlos afuera.

Desconsuelo.

—También podes seguir con los manuales. —Dijeron, apuntando al resto de las estanterías.

Así que continué con ese camino, pese a que no era lo mismo y, a la par, comencé a construir mi biblioteca personal con una piedra fundamental (aunque no fue el primero que tuve como propio): el reconocimiento que hicieron a mi voracidad lectora: «La Isla Misteriosa» de Julio Verne.

Hoy mi biblioteca debe rondar los mil ejemplares, más tantos otros que leí y perdí o que me prestaron y devolví (NdeR: ¡Devuelvan los libros que les prestan!). Es uno de mis mayores orgullos. El mapa de una vida: desde la infancia a la adultez con todos los matices posibles. Una experiencia en construcción.

Treinta y cuatro años después de aquella dedicatoria fui invitado a exponer en la quinta feria del libro de Presidencia Roque Sáenz Peña. Llegué con mis tres libros editados: Tragadero, Es inútil que corras e Intergrafías; les hablé sobre la pasión por la escritura, la cocina, el detrás de escena, el esfuerzo, la dedicación y la satisfacción que produce ver cómo somos capaces de componer historias, tramas, personajes, escenarios, vidas.


Por la tarde los puse a escribir, porque nada surge de las musas y la inspiración no llega así porque sí. De hecho, no existe si no la buscamos. Es necesario que sentarse y laburar. Hacer que el coco queme.

Fue una experiencia muy buena y agradezco a los organizadores por haberme tenido en cuenta.

 

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