Blackmail

Por: Marco Fernández Leyes

Iluso, él, creyó ser capaz de dominar una fuerza de la naturaleza pero terminó absorbido, subsumido y de rodillas ante la dueña de los rizos de oro. Previsora, ella, supo que llevaba la ventaja cuando poseyó el secreto del otro, ese dato oculto que le daba la ventaja crucial. Una pulseada con ganador definido de antemano: mente domina cuerpo.
Por eso no sorprende la escena: fuera nieva y soplan vientos gélidos. Dentro, una chimenea decimonónica engulle leños como si la vida se le fuera en ello. Su llama ilumina el sillón sobre el que reposa ella, cubierta con un edredón que va de sus pies hasta las narices, y bajo el cual perfila una sonrisa queda, sardónica. Lo ve descender desde la habitación de huéspedes a él, tan distinto del que fue, despojado de su enjundia, sometido a sus designios. Bebe un sorbo de limonada con menta y un movimiento de su mano izquierda le basta para que él hinque rodillas sus pies.

– El problema de contar sin más, como empachado, es que, a veces, el otro (la otra) escucha y, si tiene viveza, puede prenderse del dato más irrelevante para desenredar la madeja hasta tenernos en un puño. -Dice ella, sin mirarlo.
– Jamás creí que vos harías algo así. Pensé que…
– Te pasa por pensar bien. Ahora te jodes. Sos mío. No sé si para siempre, pero mientras me resultes entretenido.

Permite que sus palabras lo atraviesen. Disfruta viendo cómo se desarma cada vez más. Es una marioneta presta a responder cualquier deseo.

– Todo por una bolsa de agua caliente para no enfriarte los pies en invierno. ¿Te das cuenta la ridiculez? Si no hubieras mencionado eso, nada de lo demás hubiese surgido. Si reencarnas, rogá que tu alma mantenga esa info, así no cometes la misma estupidez nuevamente.
– Confié en vos. ¿Por qué? Yo…
– ¡Ay! Basta, por favor. No aguanto esos llantos de bebito. Ahora anda al baño y trae los elementos que dejé dentro de la bañera.

Él camina sobre el parqué que cruje ante cada paso. Al rato vuelve con una caja mediana, su rostro trasunta humillación.
Ella le señala el taburete que está cerca de la mesita ratona y le indica que lo acerque. Obedece en silencio.
Un pie desnudo surge por debajo del edredón, mientras él distribuye sobre la mesita todo el kit de cuidados personales que contenía la caja.
Toma con delicadeza ese pie suave y terso dueño de una piel escasamente expuesta al sol. Coloca una toallita sobre su muslo, luego apoya el talón y se da a una tarea impensada hasta una semana atrás.
– Mi esclavo personal gracias a una bolsa de agua caliente. Tengo muchos planes hermosos para nosotros. Esto es solo el inicio -Musita ella echando su cabeza atrás- No pares hasta que te diga.

Él responde un “Sí, señora” y se da a la tarea.

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4 comentarios en «Blackmail»

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