Por: Marco Fernández Leyes
Dibujo: Gabriela Vacca
Incluso después de tanto tiempo todavía se adaptaba al entorno turbio del río. Se sentía asediado, las escamas le ardían y cada tanto necesitaba asomarse a la superficie para respirar.
Si alguna vez tuvo nombre, no lo recordaba. Nació y creció en soledad, y no le había resultado sencillo llegar hasta allí. Debió sobreponerse al avance de las algas, la basura, la escasez de alimento, los anzuelos y las bestias que solo dejaron de perseguirlo cuando las superó en tamaño, no sin antes enfrentarlas en una sucesión de batallas que hicieron mella en su cuerpo y forjaron su carácter. Aquellos eran monstruos que regresaban en pesadillas. Por eso no concedía ventajas. Donde él vivía ser débil equivalía a enviar una invitación VIP a la muerte. Era la diferencia entre comer o ser comido. You know where you are? You’re in the jungle, baby. You ‘re gonna die! Entonces se movía lento y con aplomo, sin permitir que el temor lo paralizase. Se había convertido en un experto en camuflar las señales que lo delatasen cuando sentía miedo.
Un destello brilló a la izquierda. Era un pez diminuto, tal vez un cachorro de su especie, ¿acaso importaba? Volvió a localizarlo cuando casi desaparecía entre las roca, cerca de la orilla. Batió la cola y aceleró como un misil que, en vez de una ojiva nuclear, portaba en su cabeza una miríada de dientes. Esa dentadura ansiosa y afilada que ahora le permitía cercenar con golpe de rayo la columna vertebral de la criatura. Engulló la mitad del cuerpo y cabeceó para atrapar el resto del pez que, en los últimos estertores, se precipitaba al fondo envuelto en una estela de sangre y tripas. Atravesó la nube rojiza y se dirigió a la zona más profunda del río deleitándose con la carne tierna y la sangre joven que se fundía con la suya. Volvió a estar solo en la oscuridad.
La muerte estaba en todos lados y su omnipresencia le quitaba importancia. Él la enfrentó cara a cara y se convenció de que no sería sencillo para ella doblegarlo la tarde en que se cortó la tanza de la pateja que lo arrastraba por el lomo fuera del agua. Esa fue la única vez en que temió de verdad por su vida. Cuando el hilo se cortó huyó a su refugio y permaneció guarecido hasta recuperarse del susto y el dolor. Desconfiado y resentido, nunca vio el objeto que lo atrapó; el mismo que aún sentía vibrar encima suyo con cada cambio de dirección o hiriéndolo si rozaba algún borde.
Emergió para boquear, una brisa fría le secó los ojos que no estaban preparados para ver fuera del agua. Hurgó entre las piedras y escarbó en el lecho. No había nada excepto barro. Nada. Tampoco en su pasado. Golpeó el fondo con el hocico. Ningún punto de referencia. Una vida que se disolvía como las heces en la corriente. Pronto olvidó el motivo de la ira, la pateja, la soledad y la asfixia. Sintió hambre. Un cangrejo titubeó entre las algas.
* Publicado en la revista «Chaqueña» de Diario Norte el 24 de diciembre de 2023.

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