Una pregunta recurrente que recibo cuando hago presentaciones, o al hablar con otros escritores, es en qué pienso cuando escribo. Es decir: dónde radica la fuente de inspiración, la motivación para dar rienda suelta a los dedos sobre el teclado (o a la mano sobre el papel, para quienes aún mantienen tan bella costumbre).
En mi experiencia, puedo decir que caigo en una especie de trance que se profundiza a medida que me compenetro con la historia. Siempre me ocurre que al inicio las ideas están dispersas, casi como una galaxia en etapa de formación (cuando los gases estelares aún no dan sustento a formas definidas); pero llegado a un punto, todo comienza a encajar sin que lo fuerce y mis pensamientos se focalizan netamente en la acción de la trama.
Siempre que escribo cuentos tengo presente que la tensión es un elemento clave en toda la narración; porque textos tan cortos no dan espacios a pausas, baches o puntos muertos. Por el contrario, siento que quienes leen exigen eso: “estas dándome una historia breve, hacela cautivante”, es la voz admonitoria que imagino de un hipotético lector.
También creo que las historias deben contarse con honestidad, sin forzarlas: si hay amor, que lo haya; si hay violencia, que se de sin tapujos; si debemos describir un escenario distópico o alguna escena que incomode a nuestros lectores, no nos reprimamos, hagámoslo. La única condición a tener en cuenta para ello es que, sea lo que sea que decidamos, tenga justificación. No recurramos al lugar común o al golpe bajo solo por quedar bien o ser políticamente correctos, si algo debe ser dicho, que se diga (tal como reza el meme).
Esto me lleva al punto focal: siempre me propongo ser fiel a lo que creo que debe decirse y en la manera que precisa hacerse. A mí como lector me molesta mucho cuando percibo que un autor monta un escenario para la tribuna, mientras fuerza la trama o las conductas de sus personajes, en vez de dejar que la narración fluya con naturalidad.
Es que a fin de cuentas, podemos elaborar, pensar, diseccionar y esquematizar todo lo que queramos en la previa, pero una vez puestas las botas y echados a andar, son la historia y sus participantes quienes cobran vida (efímera, pero fundamental) para marcarnos el sendero correcto por el que debemos conducirlos.
¡Nos vemos la próxima!
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