Reservado para desperdicios

Por: Marco Fernández Leyes

Nunca nos quedó muy en claro cómo fue que el tipo este terminó desnudo sobre las bolsas de basura que se amontonaban en la esquina del edificio. Sí recuerdo que un puñado de vecinos llegaron alertados por los gritos de una vieja que siempre chusmeaba desde el balcón. También me acuerdo que quedé impactado por la belleza que irradiaba esa cara de barba rala y facciones angulosas que me condujeron inexorablemente a los labios de un rosa intenso. Abrumado, sin poder contenerme, seguí descubriendo su anatomía descaradamente lasciva a medida que olvidaba el frío que hacía esa mañana.

La anciana, que luego de un rato se sumó al resto de curiosos, nos dijo que al principio pensó que se trataba de un maniquí y que solo unos minutos después advirtió que era una persona real. Todo esto, junto con otras acotaciones a las que dejé de prestarle atención, lo decía sin quitarle la vista al bulto lampiño que, pese a las condiciones climatológicas, asomaba en la entrepierna y al que, por cierto, yo tampoco podía dejar de mirar.

¿Qué hacemos ahora?, nos preguntamos entre gestos con la boca, manos y hombros. Lo lógico hubiera sido llamar a la policía, pero algo me movió a proponer otra cosa.

—¿Estás seguro? —dijo uno de los vecinos. Un tipo agradable con el que solía cruzarme al volver de la oficina.

—Sí, obvio. No es molestia para mí. Lo llevo a mi departamento hasta que se recupere. Puedo ofrecerle una ducha y algo de ropa, me parece que es de mi talla. —Me apresuré a argumentar al mismo tiempo que lo imaginaba cubierto con la espuma de jabón, frotándose el abdomen y, después, vestido únicamente con mis bóxers favoritos mientras bebía el café que le había preparado especialmente.

Una vez más lo apropiado hubiese sido que planteasen sus dudas o dijesen qué pasaría si los familiares denunciaban la desaparición del tipo y resulta que lo encontraban en mi departamento. Que por eso convenía avisar a las autoridades, pero no. Por el contrario, tan pronto como sugerí esta alternativa estuvieron de acuerdo e, incluso, me ayudaron a cargarlo escaleras arriba hasta mi departamento. A cada momento del ascenso sentía la firmeza de sus músculos, la piel suave y me embriagaba con el aroma dulzón que manaba de su piel cubriendo el hedor de los desechos.

Cuando llegamos ante la puerta les agradecí y agregué que a partir de ese punto yo me haría cargo. Ninguna queja, solo saludos distantes y pronto bajaban en silencio hasta que desaparecieron en uno de los recodos. Después entramos juntos, recostándonos contra la pared. Recién en ese momento, tal vez por el encierro o porque mis sentidos estaban en alerta, tomé dimensión de cuanto apestaba y lo dejé tendido en el pasillo. Fui al baño, cargué la bañera y me aseguré de que estuviese a la temperatura que a mi me gustaba y di por hecho que a él también le agradaría. Al regresar lo encontré hecho un ovillo y tan cómodo que dudé si moverlo o no. Al final decidí que sí, lo sumergí en el agua tibia, lo acicalé y, a duras penas, lo conduje hasta la cama. Lo tapé y me retiré con sigilo.

Muy linda historia. Ahora lo que deberías hacer es contar todo y no solo del modo o las partes que te convienen. Es cierto que me encontraste entre la basura y que los vecinos tuvieron un rapto de solidaridad. Pero, explicame, ¿de dónde sacaste todo ese verso pseudo erótico? Sabes que no hace falta que te justifiques. Era obvio que nadie se iba a oponer a llevarte a tu departamento, si conocen más que bien lo que sos. A esta altura la vieja esa debe tener material para varias novelas.

¿Todavia crees que nadie se da cuenta? Bueno, yo sí. Y también lo sabe el tipo este que nos mira la nuca y al que le pagas una buena guita cada semana para que escuche las pelotudeces que venis a contar. No, no te des vuelta. Quedate en el lugar y decile la verdad.

Estoy hasta las pelotas de que me interrumpas. Siempre haces lo mismo y lo único que conseguís hacer es que me confunda y pierda el hilo. Date cuenta que quedamos mal los dos.

Otra vez con el qué dirán.

¡Basta! No copes la parada que esta vez no es tu turno. ¿Te di o no la bañera y la cama? ¿Acaso no dormiste hasta la hora que quisiste? Reconozco que no me fui de la pieza, me acosté, pero no hice nada, ni un movimiento fuera de lugar tuve. A ver si así te quedas tranquilo de una buena vez.

Lo último que me faltaba. ¿En serio? Corta con esta fantochada del héroe y recapacitá, mientras seguís hablándole atendeme y pensá en que es muy posible que la próxima no creo que tengamos tanta suerte, podemos llegar a pasarla realmente mal ¿Y si nos ahogábamos en la bañera o con nuestro vómito en la cama? Solo faltó que le dijeras que ese “tipo” que encontraste tenía el mismo tatuaje que llevamos en el hombro. Sos grande, debería darte algo de vergüenza, no sé, al menos un cosquilleo de incomodidad. Sigo pensando en que de no ser el portero no entrábamos al departamento.

¿Qué decis?

Él nos abrió la puerta, vos estabas en bolas, sin llaves ni nada. Desde esa mañana no sé cómo volver a mirarlo. Pero vos no te preocupes, seguí contando tu versión, escuchá como se aguanta la risa, tose para camuflarlo, no puede creer lo mentiroso que sos.

Es que si me jodes a cada rato no puedo mantener el hilo.

—Bueno, Juan, por hoy creo que está bien. Nos vemos la semana que viene.

* Publicado en la revista «Chaqueña» de Diario Norte el 7 de abril de 2024.

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