
“Pepe” Aguirre fue durante casi tres décadas un referente del rock en el nordeste hasta su muerte en mayo. Criado al calor de los guitar héroes de los 80s cultivó un estilo personal que lo hizo querido y odiado.
Por: Marco Fernández Leyes
Las llamas sobre la camisa negra parecen flamear con el ritmo desquiciado del riff de guitarra que es una y todas las canciones a la vez. El guitarrista emerge de las sombras con su Explorer al hombro y se para frente al micrófono, tan cerca del proscenio que no se sabe si está parado sobre el escenario o levitando. Todo lo que hizo en su vida lo condujo a ese momento, los dedos saben perfectamente dónde ubicarse, laten al ritmo de la batería. Es la misma adrenalina que lo acompaña desde chico y que no da señales de acabarse. Gira el pote del volumen para asegurarse que está al máximo y mueve la púa como un prestidigitador. Sonríe al público, baja la vista y se lanza a un solo vertiginoso al mismo tiempo que con la boca reproduce la melodía que dibuja en el mástil. Exuda rock.
Es una madrugada invernal de 2009, un frío como el que pocas veces volveremos a experimentar en Resistencia se cuela a través de los portones y el techo de chapa en los galpones de la Sociedad Rural. Adentro, un centenar de rockeros intentamos generar calor agitando las cabezas, la mayoría con vasos plásticos llenos de fernet o birra. Suenan bandas metaleras de Chaco y Corrientes, creo que también alguna invitada de Santa Fe y otra de Buenos Aires. El lugar es amplio, así que el humo de los cigarrillos se disipa con facilidad.
Estoy entre el público con un camperón que no tiene ningún punto de conexión con el presunto del estoicismo del rock, disfruto el sonido de Spiritual y me relajo junto al resto de los integrantes de Malocchio, una banda de hard rock que integraba en ese momento y con quienes hicimos de teloneros minutos antes. Con el correr de los años aprenderemos que para el guitarrista parado allí arriba del escenario no importará el lugar ni la cantidad de público. Siempre será lo mismo. La música, su guitarra y él.
José Luis Aguirre, “Pepe” para el mundo, nació en Morón (provincia de Buenos Aires) el 1 de mayo de 1968 y falleció en Resistencia el 17 de mayo de 2023 a los 55 años. Empezó a tocar la guitarra desde muy chico y forjó su estilo al calor de las bandas de hard rock y heavy metal de los setenta y ochenta, época de esplendor de los guitar hero. Eran épocas donde las guitarras eléctricas eran las vedettes y se producían enfrentamientos silenciosos (y no tanto) por dilucidar quién realizaba el solo más extenso, rápido o virtuoso, las tres cosas juntas de ser posible. Todos los que frecuentamos a Pepe conocimos la devoción que tenía por el sueco Yngwie Malsmteen y por el estadounidense Eddie Van Halen; así como las anécdotas sobre la obsesión con que escuchaba los discos de vinilo para desentrañar los fraseos y estilos de cada uno. Los ponía en loop hasta que la púa o el propio disco decían basta.
Embrujado por los dioses de la velocidad, practicaba escalas durante horas y cuando sentía que las estaba recorriendo lo suficientemente rápido “metía mi mano izquierda en un balde con hielo hasta que se congelaba y empezaba de nuevo. No sé si era la mejor idea” me contó entre risas una mañana de sábado de 2003 en el taller de guitarra que dictaba. Ahí nos conocimos. Era una de sus historias preferidas. Tenía cientos, pero esa marcaba el nivel de dedicación y comunión con su instrumento que se había transformado en una extensión de su cuerpo.
Fue Pepe quien me recomendó al luthier Gustavo Lezcano para que adaptara mi Stratocaster y le construyese un cuerpo para zurdos. Hasta ese momento yo tocaba con una guitarra diestra a la que di vuelta las cuerdas y me la colgué en la orientación contraria. “Al estilo Hendrix”, era la acotación más común, aunque mi técnica no llegaba ni a la uña del meñique derecho del genio. Lezcano laburó varios meses, le cambió los micrófonos y mejoró la electrónica. Al final me entregó un instrumento que era distinto, pero el mismo. La conexión con el mástil no se había perdido y, hasta el día de hoy, dos décadas más tarde, sigue siendo mi guitarra preferida.
Ese joven pelilargo que se encerraba en la pieza a repetir licks de guitarra siguió creciendo y forjándose un camino hasta convertirse en un referente del rock en la zona. Integró tres bandas que dejaron huella en la región: primero Arcángel y cuando esta se disolvió surgieron Spiritual y Chevy 72, dos proyectos en simultáneo, uno dedicado al metal pesado; el otro, al rock and roll.
Junto a él tocaron músicos con gran trayectoria en la región: “Beto” Barrera, “Juanca” Moya, “Pomelo” Collante, Marcelo Cohen, Mario Escobar, Cristian Enrique, Diego Barría, Fabián Villordo y Charly Pittala, por mencionar solo algunos. Además, compartió con Rata Blanca, Hermética, Almafuerte, Alianza, Ataque 77, Illia Kuriaky, Catupecu Machu, Flor Mostaza, JAF, Helker, Tren Loco, Horcas, Renacer, Logos, La Renga, Ratones Paranoicos, Pier, Miguel Mateos, Los Tipitos, El Soldado, La Mississippi, La Bersuit y Las Pelotas, entre otros.
Durante un cuarto de siglo dictó clases de guitarra en forma particular y en distintas instituciones. De todas esas experiencias tal vez la que más destacó fue el taller de guitarra en el Centro Cultural Nordeste de la Universidad Nacional del Nordeste que se transformó en semillero para cientos de guitarristas. Por regla general la primera clase siempre se desarrollaba de la misma manera: pedía que todos extrajeran sus guitarras, después se paraba ante los chicos con la suya al hombro, encendía el amplificador, pisaba el pedal de distorsión y arrancaba con una improvisación de varios minutos en la que hacía gala de sus destrezas. Una vez que todos estaban enganchados se detenía y decía algo así como: bueno, ahora lo más importante, cómo afinamos nuestro instrumento. De ese encuentro salían sabiendo cómo construir los acordes mayores de do, fa y sol. Invariablemente, la mayoría volvía a la semana siguiente.
En un momento decidió incursionar en la televisión y así surgió “Canal Zero TV Rock” un programa dedicado a difundir la producción musical de artistas del NEA. Ahí Pepe aprendió a ser su propio camarógrafo, editor, sonidista y diseñador de efectos visuales. Luego trasladó eso conocimientos a la web y fue uno de los pioneros de los streamings en vivo en la región.
En el camino también hubo quienes lo criticaban por altanero o porque había otros técnicamente superiores a él; pero, en su defensa, jamás dijo a nadie que se sentía el mejor en nada. Solo se dedicaba a hacer lo que le gustaba.
Es de noche, desde la vereda se oye la inconfundible progresión de Far beyond the sun que estremece los vidrios de la ventana cubierta por cortinas gruesas. Dentro de la habitación, apenas iluminado por un velador, Pepe, observa a Yngwie en la portada de Rising Force, disco emblema del metal neoclásico. El proyecto de guitarrista y el consagrado con millones de discos vendidos, los dos unidos por un hilo invisible que atraviesa el aire y se funde en las cuerdas de acero que recorren con el mismo placer.
En la penumbra se confunden el guitarrista sueco con su inseparable Stratocaster color marfil emergen de una nube de humo blanco y el adolescente, junto a todas sus versiones: el veinteañero de pelo largo, el cuarentón y el que cabalga los cincuenta, el que recién empieza y el experimentado. Ellos, fundidos en uno, manipulan el brazo del tocadiscos, la botonera del reproductor de CDs, la lista de reproducción en línea y la música vuelve a sonar. Porque la canción sigue siendo la misma. Porque solo muere quien es olvidado.
* Publicado en la revista «Chaqueña» de Diario Norte el 10 de marzo de 2024.
Comentarios