Si las cosas fueran tan sencillas

Por: Marco Fernández Leyes

La mayor parte de las veces duele tanto como una muela cariada. En esos casos la única solución consiste en extirpar el objeto y dejar la zona limpia, desinfectada, lista para lo que vendrá. Eventualmente el vació será ocupado, aunque la experiencia indica que ninguna pieza calza de la misma manera que su antecesora por más que la superficie luzca con los espacios y concavidades aptos para recibir lo que el azar envía a toda prisa desde lo alto sin que el jugador sea capaz de dominar la situación.

La reina Robaina II, “La Gran Muzza”, fue una de las que intentó domar a la bestia. También su primo, el rey Hiperpento VIII, “El Delicias”, esposo de aquella y padre de José XXX, “El Piadoso” que restituyó el orden en la corona luego de los desgraciados hechos que desembocaron en su investidura y salvó el legado de la dinastía familiar.

A esa tríada de gobernantes la Humanidad le debe un montón de cosas que da por sentadas en el día a día. Por mencionar solo algunas: el sacacorchos, los cordones para zapatos y las tijeras para podar. También contribuyeron con otras creaciones maravillosas: la silla eléctrica, el potro de tormento, la Dama de Acero (en este caso por duplicado, puesto que idearon tanto el objeto como el grupo musical, aunque aquí fueron más sutiles todavía y, antes de ceder los derechos, tradujeron el nombre al inglés) y la picana. En suma, fueron una raza de inventores como nunca más volverían a surgir. Por supuesto que durante centurias las verdaderas mentes creadoras se mantuvieron a la sombra y recién con las investigaciones más recientes fue posible trazar el origen de esos objetos. Aparentemente padecían algún tipo de condición genética que los volvía muy humildes, de allí que se aseguraron que cada nuevo invento fuera asignado a otras personas. No querían para sí el bronce de la Historia, apenas buscaban encajar en una sociedad que los estigmatizaba. Se sentían como piezas fallidas.

Aquí vale una aclaración:

Hiperpento VIII sí fue querido, solo tuvo la desgracia de contraer matrimonio con Robaina II quien era presa de un apetito insaciable, al punto que se volvió legendaria su capacidad de comerse un standard de ocho a diez grandes de muzzarella con jamón y morrones junto a las correspondientes porciones de fritas sin que le sudase la frente. A pesar de tales hábitos poseía una figura envidiada en todo el reino, pechos y nalgas descomunales que eran el combustible preferido por nueve de cada diez onanistas, según encuestas de la época. Los testimonios dan cuenta de una belleza sin igual, especie de diosa corporizada en la Tierra. El primo no resistió la tentación. Arregló las cosas para que el incesto volviese a ser legal y se ocupó hasta el último detalle de la ceremonia de casamiento. Las crónicas del momento cuentan que nunca habían visto tan feliz al monarca. La joda duró diecisiete meses y, al final, cuando Hiperpento VIII y Robaina II sellaron su amor entre sábanas blancas de la más fina seda asiática, ella se lo comió. El incidente ocurrió sin que se lo propusiera mientras le practicaba una formidable fellatio a su amado rey. Robaina II abrió la boca para que la Verga Real llegase un poco más profundo y, para el momento en que quiso darse cuenta, el soberano había pasado a la historia como un copetín.

A resultas de esto hubo protestas y revueltas que pedían un castigo ejemplar para ella, pero diversas cuestiones impidieron que eso sucediese. Primero, el hecho evidente de que Robaina II ahora era la reina y su voluntad, divina. Si quería podía zamparse obreros al graten. Además, coincidió con la celebración de una Copa del Mundo y la efervescencia por la gesta opacó lo ocurrido. Al poco tiempo las cosas retomaron su curso habitual.

Hiperpenta II gobernó durante los siguientes cuarenta y siete años, hasta que una gran hambruna desatada a partir de un decreto que establecía la obligación de enviar a Palacio la mitad de los alimentos producido por todos los niveles de la cadena industrial con el objetivo de evitar las tormentosas reacciones experimentaba la monarca ante el más leve atisbo de apetito. Como es de suponer, lo que quedaba no alcanzaba ni para un tentempié. Volvieron los disturbios entre los ciervos y grupos de saqueadores que ingresaba en comercios y hogares en medio de la noche para barrer con cualquier migaja que encontrasen.

Acosada por la ira del pueblo, la reina, huyó al desierto donde mucho tiempo después fue encontrada momificada de modo natural. Aparentemente la sed y el hambre extremos contribuyeron a generar de modo espontáneo este fenómeno por el que ciertos monjes se consagran a lo divino durante toda la vida. En ese sitio, junto a los restos de Robaina II funciona actualmente el fast-food y parque de diversiones “Reinalda, Reinalda” famoso por sus combos “Monárquicos” que incluyen distintas variedades de pizzas, fritas y gaseosas.

Con el tiempo, “Reinalda, Reinalda” fue adquirido por orden de José XXX y pasó a integrar el conglomerado de inversiones de la corona. Fue idea de “El Piadoso” que en cada ciudad hubiese, al menos, una sucursal y que las compras de alimentos para dependencias estatales fueran canalizadas a través de la cadena.

El nuevo rey solucionó el problema de la escasez de mano de obra con el envío de los presos a trabajar en los locales gastronómicos. Gerentes y encargados dejaron testimonio de la emoción que los embargaba, hasta el llanto, cuando veían a hombres, mujeres y niños entregados con devoción al servicio de “el Otro” durante dieciséis horas diarias, antes de retirarse a disfrutar de las seis horas de descanso que les correspondían, una de entrenamiento en marketing y atención al público, media de body combat, quince minutos de lectura y otros quince de ocio. “Es más de lo que la mayoría podría desear y una muestra de la infinita comprensión del rey”, aseguraban en diversas entrevistas los funcionarios del gobierno.

De paso, el soberano se ahorró bocha de dolores de cabeza en lo que hubieran sido tediosas negociaciones con sindicatos y, en otro gesto de generosidad, estableció que por cada día trabajado la sentencia de la persona en cuestión sería reducida una hora, dos si tocaba un feriado y tres en los cumpleaños.

Una vez que el monopolio de comida chatarra fue absoluto, José XXX, “El Piadoso”, decidió vender la empresa, que fue absorbida por un conglomerado internacional, abdicó al trono y se retiró a vivir en una discreta cabaña de setenta y tres habitaciones a orillas del río junto con un reducido séquito de noventa y cuatro asistentes. Según dicen, una vez, uno de ellos, muy cercano y al que le prodigaba la máxima confianza, le preguntó qué sentía por haber dejado al reino sumido en una nueva era oscura y arrasado por una guerra de facciones. El muy piadoso se limitó a quitarse la cera de una oreja y asegurarse que la lombriz estuviera bien enganchada en el anzuelo con el que esperaba pescar un bagre para la cena.

* Publicado en la revista «Chaqueña» de Diario Norte el 21 de abril de 2024.

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