Viajeros

Por: Marco Fernández Leyes

La tecnología del viaje en el tiempo fue inventada y puesta en marcha, sin que nadie lo supiera, una gélida noche invernal en la que el viento y la lluvia azotaban el refugio del joven Enok.

El entusiasta, curioso y emprendedor muchacho tenía 19 años cuando concretó la proeza y, aunque hoy nos hubiera resultado apenas un adolescente maduro, en su época era todo un adulto.

Enok utilizaba el lugar para abstraerse de las distracciones mundanas y evitar el trabajo aburrido y repetitivo que le habían asignado y detestaba. Alejado del bullicio, en un recoveco entre las montañas, solo le quedaba el rústico confort de esas paredes para trabajar a la luz de rudimentarias velas.

La idea lo perseguía hacía años, lapso durante el cual la había pulido hasta llegar al resultado actual. Esa noche en particular, más ensimismado que nunca, casi en trance por la combinación de factores climáticos y emocionales, halló el sendero para resolver el intríngulis. Cuando lo consiguió fue un auténtico momento ¡Eureka!, tanto así que estuvo a punto de caer sobre las velas, sobresaltado como estaba. Increíblemente, antes de salir corriendo a dar las buenas nuevas a sus conocidos, y pese a la emoción que corría por sus venas, se aseguró de que todo el material quedara a buen resguardo.

Abandono el refugio, corrió sin inmutarse a través del frío, la lluvia y la oscuridad, exaltado por su logro. Saltó y esquivó algunas piedras hasta que resbaló en un charco de barro, perdió el equilibrio, cayó de frente sobre una roca que sobresalía puntiaguda y murió en el acto.

Durante los siglos que pasaron desde ese momento, la Humanidad persiguió el objetivo de viajar en el tiempo, aunque siempre le resultó una proeza inalcanzable. Recién para el momento en que el hombre dilucidó muchos de los misterios sobre su nebuloso origen tuvo lugar un suceso que lo cambió todo. En un lugar recóndito de la actual Sudamérica, cerca del límite entre Bolivia y Brasil, en la ladera de la Cordillera de los Andes, unos científicos hallaron un trozo rectangular de arcilla, evidentemente moldeado por manos humanas, cuya edad fue datada en 10.000 años. Pertenecía a una época muy anterior al surgimiento y auge del imperio Inca. Sobre su superficie observaron grafos idénticos a los empleados para la escritura cuneiforme que desarrollarían los asirios cuatro milenios más tarde.

La tabla, según la traducción a la que arribaron luego de años de debate, contenía la siguiente frase: «Mi nombre es Enok. Este es mi legado».

* Publicado en «Tragadero. Cuentos y relatos» y en la revista «Chaqueña» de Diario Norte el 31/12/22.

Sigue leyendo

AnteriorSiguiente

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *