El novato

Por: Marco Fernández Leyes

—No aguanto más, Clau. Anoche de nuevo lo mismo. Fueron más de veinte llamadas.
—Pone en silencio el celu y listo o bloquealo.
—No puedo hacerlo con un número privado, ya te expliqué. Además, el tema no pasa por silenciar mi celu, que lo hago, obvio, sino que necesito que dejen de llamar. Paso la madrugada entera pensando en cuándo será la siguiente vez. No duermo, no como. No sé qué hacer.
—Denuncia y deja de dar vueltas.
—¿A quién?
—Qué sé yo, vos sabrás.
—¿Y que les digo? “Señor, hay un chistoso o chistosa que me llama y cuelga antes que atienda. Tengo miedo”. Van a cagarse de risa. Eso no es serio. Me tomarán de boludo y no harán nada. ¿Sabés qué? Deja nomás, poco me ayudas.
—Otra vez te enojas conmigo.
—Chau, hablamos después.

Claudio cortó la videollamada y repasó el historial del celular. Las llamadas se sucedían, incluso varias a la misma hora, siempre con remitente desconocido. Recorrió una vez más la lista de personas que a lo largo de los años tuvieron su número y que, por un motivo u otro, podrían estar enojadas. También cabía la posibilidad de que olvidase a alguien y fuera justo ese contacto el que estuviera acechándolo.

—Entonces seguís sin hacer nada al respecto. A mí ya no se me ocurre otro modo de ayudarte. Te dije lo que podrías hacer y no me das pelota.
—Cambié dos veces de número, pasé por todas las empresas de telefonía. No sé qué más pretendes que haga.
—Nunca denunciaste
—No.
—¿Entonces?
—Ya hablamos de esto.
—Tal vez ellos tengan algún modo de saber quién está atrás de esto y lo atrapen.
—Aflojá con las series.
—Mirá, Claudio. Intento acercarme a vos pero es imposible. ¿Le pediste a tu psiquiatra las pastillas para el sueño?
—No quiero pepas, Luis.
—Sos terco, boludo.
—…
—¿Cuándo podemos vernos? Tomemos una birra, charlemos cara a cara. Esto de la virtualidad es un plomo.
—Por el momento no hay chance. Tengo demasiadas cosas en la cabeza.
—Justamente.
—Prefiero que sigamos así por un tiempo. No quiero volver a pasar por lo mismo.
—Igual sabes que contás conmigo.
—Tengo que irme. Empieza una reunión en cinco minutos. Acá me preguntan a cada rato si estoy bien.
—¿Les contaste?
—Ni en pedo. Bueno, chau.

Capaz que estos hijos de puta me están haciendo una broma de bienvenida que debe atravesar el nuevo del estudio. ¿Saben qué? Métanse sus rituales en el culo, manga de giles. Muchas sonrisas, bienvenidas, apretones de mano y sillones de cuero alrededor de la mesa de la junta directiva para que, al final, me la pongan a traición. Buen día, ¿cómo están? Yo bien, gracias. Solo algo cansado por tengo unos gatos que pelean toda la noche y no me dejan dormir. Espero que se vayan pronto. Es cierto que en los edificios no pasa. Claro que pensé en adoptar un perro. Uno grande. ¡Cuánta razón, señor! ¿Usted tiene un dogo? Magnífico animal. Excelente idea.

3:10 AM – 63 llamadas.
4:27 AM – 80 llamadas.
5:59 AM – 94 llamadas.
6:05 AM – Despertador.
6:12 AM – Despertador.
6:13 AM – Despertador.
6:31 AM – Rumbo a la oficina.

—Todavía no entiendo qué ganarían ellos con joderte. No les conviene que seas un ente en la oficina, te necesitan despierto.
—¡Yo qué sé! Tal vez es un rito de iniciación o algo por el estilo.
—Listo. Ahora sí que te volviste totalmente loco.
—Lo digo en serio. No sería la primera vez.
—Y de este modo hacen su entrada triunfal los masones y reptilianos.
––Anda a cagar.
—No seas boludo.
—¿Y si dejo de usar celular? Puede que sea un mensaje para que vuelva a los buenos tiempos.
—¿Buenos tiempos?
—Así se termina esto de una buena vez. Lo tiro a la mierda y listo.
—No me vengas con esa.
—¿Por qué no? Viví casi la mitad de mi vida de ese modo. Puedo volver a hacerlo.
—Ponele. Cómo haríamos nosotros, tu familia, el laburo, el mundo para volver a contactarte. ¿Volverías al fijo?
–Cero teléfonos. El que quiera verme que venga en persona o me mande una carta.

—De un día para el otro renunció, cerró sus redes y el celular da apagado. Fue al poco tiempo de la charla en que deliraba con volver al correo postal. El departamento está vacío. En realidad, solo falta una mochila, algo de ropa y él, por supuesto.

Luis aplastó un mosquito. La plaza estaba muy concurrida. Marcela, la hermana de Claudio se comía las uñas, tenía los ojos inyectados en sangre y estaba sin dormir luego del viaje en avión.
—¿Cómo pudo esfumarse sin más?
—No tengo idea.
—Algo debes saber. Siempre hablaban. Eran muy cercanos.
—En realidad hace un tiempo que no nos veíamos. Solo llamadas.
—…
—Tuvimos diferencias de criterio sobre la vida.
—¿Y eso?
—Pavadas. Viste como era. Perdón, es. Las últimas veces lo noté muy raro, hablaba de conspiraciones y cosas extrañas.
—¿Conspiraciones? ¿Es una joda? ¿Ni siquiera así fuiste hasta su casa?
—Es que no quería molestarlo y tampoco pensé que las cosas llegarían a este punto.
—…
—Creí que solo estaba con mucho estrés por el nuevo laburo. A las llamadas no les di mucha importancia, todo el tiempo joden con promociones, ventas, encuestas.
—¿A vos te llaman con esa intensidad también?
—No, pero…
—…
—No sería raro que los sistemas de los call center enloquecieran y disparasen una llamada tras otra.
—Ajá.
—¿La cana aportó algo?
—Lo ubicaron con unas cámaras de seguridad cuando subía al taxi en la esquina de la casa. Lo siguieron hasta la ruta y a partir de ese punto se evaporó.
—¿No pensaron en buscar la patente?
—Se ve borrosa. Tienen unas cámaras de mierda con resolución re baja. De todas formas, dicen que pasaron la alerta a otras dependencias para que reporten cualquier novedad sobre Claudio o el taxi. Pero viste cómo es el tema, nadie le da mucha importancia realmente. Tampoco tenemos algo firme para decir que lo amenazaban o extorsionaban. Las llamadas esas no significan nada si no sabemos qué decían o pretendían.
—Tomó un taxi y desapareció. Así nomás.

Marcela asintió con la mirada perdida en las zapatillas compradas la tarde en que le avisaron que no tenían noticias de su hermano. Sacó un pañuelo descartable del bolsillo trasero del jean y se secó las lágrimas que le corrían el maquillaje.

* Publicado en la revista «Chaqueña» el 23 de junio de 2024.

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