Estrellas entre las chapas

Por: Marco Fernández Leyes
Dibujo: Gabriela Vacca
La luz mortecina del velador besaba los contornos de las dos figuras. Él navegaba una seminconsciencia alimentada por el placer. Afuera lo esperaba uno de los autos de la empresa, blanco y anónimo. Hacía rato que lo usaba en vez del suyo que de tan negro e imponente impedía cualquier posibilidad de escabullirse en la noche.

Tres semanas atrás, mientras se ceñía el cinto al pantalón y acomodaba el cuello de la camisa, había prometido no regresar. Durante ese tiempo hizo de todo para poner a un lado lo que clamaban la boca, las palabras, el corazón. Pero esa mañana, durante una pausa entre las reuniones, leyó un posteo genérico de esos que caen en todos los lugares comunes posibles, algo tan zonzo como que lo único que justificaba la existencia de las promesas era la posibilidad de quebrantarlas. Así de simplón fue el mensaje y, sin embargo, tan efectivo que de seguro habría provocado risitas histéricas en el community manager que lo ideó. Parado a un lado del bebedero que oficiaba de ladero en la entrada de su oficina armas y le escribió.

Apenas se vieron el calor los arrebató hasta quedar fundidos. Más tarde, con la cabeza de Ella reposando en su pecho, entrelazados, pensaba en que solamente en ese sitio se sentía pleno. Sin embargo, algo no le permitía entregarse por completo al momento y a diferencia de Ella, nunca conseguía dormirse. Cerró los ojos y besó las manos que lo envolvían, las mismas que tallaban en su cuerpo senderos infinitos. Frotó los nudillos de Ella contra sus labios y saboreó uno por uno los dedos intentando fijar en la memoria cada detalle de su anatomía. Ella dormía y se estremeció; Él la abrazó con más fuerza.

Ascendió suavemente hacia los antebrazos, los bíceps y hombros, antes de descender a través del pecho hasta el vientre. En este nuevo descubrimiento centró su tacto en el subibaja de la respiración, las vibraciones que llegaban desde lo profundo del cuerpo y las zonas que seguían húmedas luego del goce. Tanteó con dedos de araña el pubis y se sumergió en su entrepierna. No pudo continuar por culpa de una descarga eléctrica que lo arrebató y obligó a quitar la mano para cubrirse las lágrimas que surcaban su rostro. Gimió como cuando era niño y el fin del mundo parecía inevitable. Tranquilizate, le susurró Ella y lo acunó. Quedaron frente a frente. Ella le dijo que lo amaba, lo besó de un modo húmedo, extenso y caliente. Hicieron el amor con la certeza de lo finito y la devoción de quienes saben que se entregan por última vez.

Ella volvió a dormirse. Él siguió con los ojos clavados en el techo intentando desmembrarlo para alcanzar las estrellas que se abrían más allá, al otro lado de las chapas. ¿Cómo haría para dejar de verla? La idea lo desesperaba, pero no tenía opción. Había demasiado que perder y, de todas formas, se suponía que aquello sería una distracción de la rutina. Así y todo, consciente de lo que ponía en juego con cada visita, había regresado una y otra vez.
Miró el reloj pulsera, eran las dos y media de la mañana. Había dicho que volvería del asado con amigos a eso de las tres. La deslizó a un costado y se levantó con precaución para no molestarla. Fue al baño. Incluso en la penumbra pudo distinguir en el espejo su pelo revuelto, el pecho arañado, la cara tatuada por las ojeras y el placer chorreando a través de cada poro. Abrió la canilla y se lavó la cara para recuperar algo de claridad. Apoyó las manos en la bacha, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia adelante. Esto tenía que terminar. Pero no quería. No podía seguir así ¿Por qué no? Porque no. Lo había prometido cuando las sospechas se hicieron evidentes y su esposa lo arrinconó durante una cena. Tenía mucho para perder y habían sido culpa suya los deslices que sembraron la duda en ella. Un auto boicot propio de quien ya no tiene ganas de seguir ocultando lo incontenible. Le aseguró que cambiaría, que solo se había tratado de un desliz y no volvería a repetirlo. Tantas promesas inútiles, pensó.

Los dedos de Ella se aferraron a su cintura y lo devolvieron a la realidad. Se dejó abrazar y danzaron un ritmo silencioso. Dio media vuelta para mirarla. Te amo, repitió Ella y por segunda vez Él fue incapaz de retribuirla. Ella no se lo reprochó. Él negó brevemente con la cabeza. La besó, lloró. Le dijo que debía irse. Me esperan en casa, no quiero llegar tarde. Acá tenés todo lo que necesitas, quédate conmigo esta noche; quedate conmigo para siempre. No quiero problemas. ¿Entonces lo nuestro se reduce a esto? No quiero más problemas de los que ya tengo. Nunca te hice problemas. Nosotros, esto, es el problema. Ella se dio por vencida, relajó el abrazo y lo soltó.

Él regresó a la habitación, buscó las zapatillas y se perdió contemplando las rajaduras en el piso. Hurgó hasta dar con su remera, la alisó y se la puso. Miró el celular, había algunos mensajes sin leer; entre ellos uno de su esposa que le deseaba buenas noches y le avisaba que lo esperaría durmiendo. El resto eran del grupo del asado reclamando que volviera para el postre.

La puerta crujió y salieron tomados de la mano. Era una noche fresca, sin nubes. El embudo dentro del cual se sentía caminar junto a Ella hacía creer que al barrio le habían extirpado todo sonido. En ese momento, como nunca antes, tuvo la certeza de que la amaba. La cabeza le latía y un nudo en la garganta impedía que las palabras avanzaran hasta los oídos de Ella. Las lenguas volvieron a enredarse. Ella dibujó la señal de la cruz en la frente de Él que tambaleó por todas las cosas que necesitaba confesarle. Cosas como que no quería alejarse de ella nunca más y que estaba dispuesto a saltar hacia la salvación que le ofrecía. Varias veces entreabrió los labios y amagó decir algo, pero las intenciones se diluyeron en siseos. Ella le preguntó si le pasaba algo. Todo, dijo Él aunque solo para sus adentros y evitó verla a los ojos; dio la vuelta, subió al auto, lo puso en marcha y aceleró cuanto pudo para dejar atrás la figura de Ella que desaparecía en el retrovisor.

* Publicado en la revista «Chaqueña» de diario Norte el 9 de julio de 2023.

Sigue leyendo

AnteriorSiguiente

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *