Una flor en la vereda

Por: Marco Fernández Leyes

—El ocaso, ¡qué bello momento!
—¿Qué decís?
—El ocaso…
—No sé qué es eso.
—¿Cómo no vas a saber?
—No sé y listo. No me jodas, loca.
—Es el atardecer, cuando cae el sol.
—¡Ah! ¡Cuando anochece!
—Sí. Cuando anochece…
—¿Y por qué no decís así nomás? ¿Para qué das tantas vueltas?
—No doy vueltas, son sinónimos.
—¿Sinoqué?
—Nada, olvidate. Convidá.
—Tomá. Apretalo bien, mirá que queda poco.
—Veo, veo.
—Apretalo, entonces.
—Eso hago. No compres más de estos, tienen olor a bosta.
—¡Dale Bo! ¡Dale Bo! ¡Dale, dale, Boooo!

Miran hacia la nada.

—¿Cómo me dijiste que se llama eso?
—Ocaso.
—¡Qué palabra extraña! Suena a casco o Casio.
—¿El asesino de César?
—¿Lo mataron a César?
—Sí, claro.
—¡No puede ser! ¡¿Cuándo?! Si anoche tomamos una birra juntos.
—A César, el dictador.
—¿Eh? ¿De qué hablás?
—César está vivo.
—¿Entonces para qué decís que lo mataron?
—Porque al César, “¡Ave César!”, el dictador romano, lo mataron; no a tu amigo, ese vive. Fasero.
—¡Viste que sos boluda!
—¿Yo?
—Sí, vos. Siempre mezclás todo, hacés un bardo. Casi me muero cuando dijiste lo de César. No es gracioso, no hagas chistes con eso.
—No era chiste, lo mataron. Casio lo mató.
—¡Un reloj! Dejate de joder, después el fisura soy yo.
—Salame… Tomá. Esta mierda de faso es puro humo.
—Versera.

Sobre un sillón de dos cuerpos desvencijados, al lado de la ventana que da al pasillo.

—¡Cómo me pegó! Me da vuelta todo, alto viaje.
—¿Más que el faso?
—Probá y vas a ver.
—No, gracias. Tengo miedo. Contame qué sentís.
—Dale, no seas cagona.
—¿Y si me pasa algo?
—Yo te cuido, no te preocupes.
—¿Vos?
—Sí, yo. Dale, probá.
—Jajaja.
—En serio. Te subo a este calamar boxeador y vamos…
—¿Calamar? ¿De qué hablas? Dejá de flashear, falopero.
—Probá.
—No, quiero que me cuentes lo que sentís.
—¡Qué sé yo qué siento! Es como re loco, floto. Te escucho bien, pero rara. Tu voz suena distinta.
—¿Rara?
—Sí, distorsionada. Pasa que esas bocas no ayudan.
—…
—¡Guarda! ¡Cuidado!
—¡Qué! ¡Qué!
—¡Ahí! ¡En la cocina!
—¡No hay nada! No digas pelotudeces que me da miedo.
—Es que se escondió cuando miraste.
—Andate a cagar, ¿sabés? Pelotudo.
—¡Ahí está de nuevo! Bajó al piso.
—¡La puta madre! ¡¿Dónde?!
—De nuevo se escondió.
—Cortala, pendejo. Cortala. En serio te digo.
—No miento, no miento… Te ve y se esconde.
—Tu pendeja se esconde.
—Si vos fueras mi pendeja, te re cuidaría.
—¿Vos?
—Sí, más vale.
—Jajaja. Aflojá con eso que te metés, porque te está limando el bocho.
—Creeme, es posta.
—…
—Abrazame, tengo miedo. Siento algo raro acá.
—Vení, pero no te zarpes.
—Gracias, te quiero.
—Callate, faloperito.

Llovizna.

—¡Nunca más tomo de esa! ¡Nunca! Perdoname.
—Andate a cagar, gil. Menos mal que me ibas a cuidar.
—Lo sé. Igual gracias por llevarme a la salita. Te debo una. No me voy a olvidar nunca.
—¡¿Una?! ¡¿Una?! ¿Me estás jodiendo?
—Y sí, una. La que me salvaste.
—Sos un guampudo. Te hubiera dejado tirado por imbécil.
—Ya fue. ¿Sabés que me pasó algo re loco?
—¡No me digas! ¿Algo más aparte de que casi te cagás muriendo?
—Ponele, sí.
—A ver…
—Vi el ocaso.
—No, no. Si sos de lo peor. No necesitás ir tan al extremo para eso. Lo tenés todos los días frente a vos.
—No entendés, loca. Lo vi, lo sentí.
—Bueno, está bien. A ver, contame, ¿cómo era?
—Podría decir que resultó ¡un bello momento!
—Eso fue exactamente lo que te dije la semana pasada.
—Sí, sí. Pero recién lo entendí. El ocaso, un bello momento.
—Vení, abrazame.

* Publicado en “Es Inútil que corras” (ConTexto, 2022) y en la revista «Chaqueña» de Diario Norte el 18 de agosto de 2024.

Sigue leyendo

AnteriorSiguiente

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *